Aborto espontáneo y gemelar, Marzo de 2018
Podría escribir este relato de aborto mil veces, pero nunca podré transmitir todo lo intensa que fue la vivencia. Tampoco podré dejar de sentir que se me aprieta la garganta y me suben las lágrimas al contarlo. Pero cada vez cobra más sentido, cada vez lo voy asimilando más, cada vez se hace más mía esta experiencia.
Mi primer embarazo, un embarazo gemelar
Todo empezó como una historia cualquiera: un test de embarazo positivo, un primer embarazo buscado y muy deseado, una alegría que nos superaba, un sueño hecho realidad… Todo “normal”. O quizás no.
Muy muy pronto llegan las náuseas, muchas y muy fuertes, muy muy pronto parece que asoma una forma redonda debajo de mi obligo. ¿Será posible? ¿Cómo puedo estar tan embarazada?
Empezamos bromeando: ¿Seguro que se trata de un bebé? ¿Y si son más de uno? ¿Cuántos serán? Y lo que empezaron siendo unas bromas acabaron en serias dudas.
Al principio le hablábamos a Renacuajo, y enseguida, naturalmente, empezamos a hablarles a Renacuajo y también a Chipirón.
Sin ninguna prueba de que realmente fueran dos bebés. Pero con una intuición tan íntima que ni la cuestionamos. Tampoco íbamos por ahí afirmando que eran 2, pero era algo que sabíamos. No desde la mente racional sino desde el instinto puro. A mí, personalmente, me asustaba, pero tenía está sensación inexplicable de que eran dos.
Luego, fueron desapareciendo los síntomas. Así sin más. Yo estaba preocupada pero la gente me decía que me alegrara en vez de preocuparme “a lo tonto”.
El primer aborto
Un día, después de una dura semana de trabajo, una mañana cualquiera en casa, todo se detuvo. Sabía que podía pasar.
Luis, en cambio, había asumido que no podía pasar. Sabía que los abortos existían, pero casi todos los embarazos llegan a término, ¿No? Casi todos los abortos son de mujeres de más de x años, con x problemas de salud… ¿Verdad? Para él no podía ser nuestro caso.
Todo era sencillamente tan perfecto que no parecía una posibilidad real. Lo que no sabíamos, en todo caso, era cuán difícil iba a ser.
Primero llegó un dolor, extremo, pero más fugaz que un abrir y cerrar de ojos. Luego esta sensación de calor cubriendo mis piernas. Llevaba un vestido (cosa poco habitual para mí). Sangre. Algo se abre paso entre mis piernas, con mucha fuerza, no lo puedo retener. Fui corriendo al baño y me senté en el retrete antes de que mi cerebro pudiera procesar lo que estaba pasando.
Según me senté, lo noté, sentí como me atravesaba y se caía al agua.
No sabía qué hacer ¿Mirar para identificar lo que había caído? ¿Limpiarme? ¿Recogerlo? ¿Ir a urgencias? ¿Qué era lo prioritario? ¿Qué era lo útil? No tenía ni idea y sigo sin saberlo. Mi cerebro se puso en blanco y fue Luis quién tuvo que dirigir las operaciones.
Más adelante, cuando entendí lo que había pasado, me sentí muy culpable por dejarlo caer en el retrete, muy culpable por no atreverme a mirarle ni recogerle, muy culpable por dejarle a Luis la responsabilidad de tomar las decisiones.
Semanas más tarde, me confió él que no se perdonaba el haber tirado de la cisterna: solo había visto sangre, quiso protegerme de esa imagen sin saber lo que era realmente y llevarme al hospital cuanto antes.
En urgencias mi cerebro se enfrentó a otra tormenta. No saben qué decirme. Queda un bebé. No saben si está vivo. No saben si lo anterior fue un coágulo o un bebé. Yo ahora lo sé, estoy convencida. No van a apuntar nada de la posible pérdida de este primer bebé, porque claro, ellos, no lo han visto.
Me mandan a casa, a descansar unas 48 horas y luego hacer “vida normal” durante una semana. Como si fuera posible. Después habrá que volver para valorar si este bebé está vivo.
Esa misma tarde creo que no pude dejar de llorar en ningún momento, de vuelta a casa, sólo encontré fuerzas para sacar el material de pintura y sentarme al sol en la terraza, a pintar un pequeño renacuajo fantástico. Nada más tenía sentido. Sólo tenía que crear un retrato de mi pequeño que no había tenido el valor de ver y que ya nunca vería.
Esa semana fue la más larga de mi vida. Me di cuenta de que acababa de perder un bebé. Me di cuenta de que la sociedad no aceptaba mi luto porque no aceptaba que éste había sido un bebé.
Demasiado pequeño, demasiado pronto, demasiado poco formado como para ser considerado un bebé. Ni siquiera el hospital me creía. Si no hay bebé no hay muerte, si no hay muerte no hay luto, si no hay luto… ¡No llores!
También fue la semana en la que me puse a rezar, aunque no creyera en ningún dios, rezar por este bebé que quedaba dentro de mí, rezar para que, si existiese alguna fuerza superior a la vida y la muerte, proteja a este bebé y le deje crecer dentro de mí.
Durante esa semana, Luis y yo encontramos fuerzas, un día, para ir a dar un paseo a la orilla del río. Apenas hablamos, íbamos cogidos de la mano, recogimos flores silvestres. Hacía mucho sol a pesar de ser principios de abril. Nos sentamos al borde del agua. Creo que lloramos un poco. Luego pusimos las flores en el agua y miramos cómo se alejaban, alegremente llevadas por la corriente. Fue nuestra despedida. Y fue salvadora. No importa que haya o no cuerpo, que haya o no entierro o ceremonia socialmente aceptada. Nosotros hicimos nuestra propia ceremonia, nuestra propia despedida…
El trato hospitalario
Pasó esa semana y decidimos ir a la clínica privada de debajo de casa. Ahí nos lo dijeron: “No se aprecia latido cardíaco”. Volvimos a casa. Me puse a llorar y acariciar mi barriga. Estaba muerto, pero estaba aquí y yo necesitaba tiempo para despedirme de él, para acariciarle, para decirle cuanto le quería, cuanto lo sentía, decirle que todo iba a ir bien, que no estaba sólo, que le esperaba su hermano, que no podíamos acompañarle, pero que nuestros corazones no se iban a separar nunca.
No quería ir al hospital, no quería que me lo quitaran. Tenía miedo de lo que me iban a hacer. Luis me presionó para ir y acabar con todo esto cuanto antes y aunque en el momento le odié por eso, ahora entiendo que tenía miedo por mí, que no estaba mucho más informado que yo y que lo hizo pensando que era lo mejor.
En el hospital empezó la otra pesadilla. La antinatural, la traumática, la que sobraba. Si hoy he podido aceptar que mis bebés se hayan ido antes de tiempo, si hoy puedo darle sentido a esta pérdida, nunca pude aceptar el trato que recibimos en el hospital.
Voy a intentar relatarlo. No para asustar ni desanimar a nadie a que vaya al hospital si es su decisión, sino porque de haber sabido lo que iba a pasar o podía pasar, no habría tolerado bastantes cosas de las que ocurrieron, o habría estado mejor preparada.
Empezaré por el trato que recibimos. Diría que, en conjunto, oscila entre desplazado y antiprofesional. No quiero generalizar, estoy segura de que hay profesionales buenos y malos por todas partes. Pero lo cierto es que mi experiencia personal fue bastante mala.
Cuando llegamos ese día a urgencias, en un pasillo lleno de desconocidos, un hombre con bata blanca vino a preguntarme si estaba embarazada. Tardé unos segundos en procesar la pregunta ¿Lo estaba? Sí, llevaba un bebé dentro de mí, pero estando muerto, ¿Se considera que estaba embarazada? ¿Cuál era la respuesta correcta?
Como debí de tardar demasiado en responder, puso su mano muy paternalista en mi barriga y me volvió a preguntar como si fuese una tontita si venía por “algo de aquí”. Ya de antemano odio que me toquen si no es necesario o si no hay una confianza muy grande entre nosotros, pero ese día, creo que podría haberle arrancado la mano.
Luis puso fin a esto diciendo que se trataba de un aborto. Siempre recordaré cómo retiró su mano. Con una rapidez que traducía molestia. No porque había metido la pata, no, más bien como si, de repente, estuviese tocando algo sucio: un bebé muerto, ¡Qué asco!
Luego, en la consulta, no permitieron que Luis se quedara conmigo mientras me hacían la ecografía y cuando pregunté por qué, me riñeron como una niña caprichosa. Como si fuese totalmente descabellado que necesitara el apoyo de mi pareja en ese momento.
Apenas contestaron a mis preguntas y sólo me metieron prisa para contestar a esta pregunta: ¿Medicación o legrado? Sin, por supuesto, presentarme la opción de esperar a que saliera naturalmente. Cuando opté finalmente por la medicación, me explicaron una serie de cosas que podía sentir, pero en todo momento, diciéndome que era normal.
El relato del segundo aborto
Seguiré hablando de la noche horrible que pasé en casa, retorciéndome de dolor, con diarrea, al borde del desmayo, vomitando hasta el agua e incapaz de mantenerme de pie. Cytotec. Mis pesadillas tienen nombre: cytotec.
En algunos países, para casos de aborto, su uso está prohibido, aquí, no. Vale, no todas las mujeres reaccionarán así, para algunas, el dolor no es tan intenso, los efectos secundarios no son tan fuertes, pero desde luego, lo que sentí esa noche no era “normal”.
De hecho, cuando lo comenté al día siguiente en urgencias, en la consulta protocolaria de seguimiento, me preguntaron sorprendidos por qué no había venido a urgencias a que me pincharan algo contra el dolor y los vómitos… Pues, porque no me dijeron: si te pasa esto, ven. No, lo que me dijeron es: si te pasa esto, es lo normal.
Y esta situación me enfadó más aún ¿Cómo se atrevieron a reprocharme mis malas decisiones cuando fueron causadas por la mala información que nos dieron? Además, técnicamente, ¿Cómo habría podido ir? A ver quién se mete en un coche cuando sus piernas ya no responden, no para de vomitar y de tener diarrea…
¿Debería haber llamado una ambulancia? Quizás, sinceramente, ni siquiera podía pensar, y creo que Luis tampoco porque no sabía cómo ayudarme a enfrentarme a tantos dolores a la vez. Yo esa noche, creí que me moría y, a día de hoy, sigo afirmando que nunca jamás en mi vida lo había pasado tan mal.
Transitar el duelo
Y más o menos, estos son los hechos. En los días y las semanas siguientes, ya no sabía en qué mundo vivía. Solo me sentía vacía, todo estaba vacío. Mi vida no tenía sentido. No quería pensar en otros futuros hijos, era demasiado pronto. De hecho, hasta meses después, el espectro de un posible aborto me hacía rechazar automáticamente la idea de un embarazo.
Una tarde que daba el sol en las baldosas de la terraza, cogimos unas tizas y dibujamos un circulo en el suelo. Y dentro, Renacuajo y Chipirón, y un montón de flores, y pececitos, y cabañas en los árboles. Un pequeño mundo mágico, para nuestros niños maravillosos. Pero como era de esperar, un día, la lluvia se lo llevó todo. Y era horrible porque la gente no nos permitía vivir nuestro luto. No teníamos derecho de hablar del tema, era un tabú, la gente negaba su existencia porque no nacieron, nadie nos entendía.
Me tatué el símbolo de géminis en la muñeca y aún así, algunas personas siguen sin querer entender que eran dos, que son nuestros hijos y que los queremos. Se fueron el 14 y el 21 de abril de 2018. En abril del 2019, nacerá nuestro bebé.
A veces me siento culpable porque parece que este bebé por venir está borrando a los dos anteriores. Pero en el fondo sé que los queremos, que nos hicieron infinitamente felices, y que no dejaremos que caigan en el olvido.
Aprendizajes positivos
Esforzándome para sacar aspectos positivos de esta experiencia, llegué a esta lista. La comparto porque incluso de los peores momentos se pueden sacar grandes lecciones de vida.
Aspectos positivos que aprendí de mi aborto:
No tenemos problemas de fertilidad. No me obsesionaba, pero sí que, al pensarlo, me preocupaba. Estos dos bebés nos demostraron que éramos totalmente capaces de tener hijos
Me permitió informarme más sobre el embarazo y la maternidad, en general. Un poco como un ensayo general antes de lanzarse del todo
Me animó a seguir adelante con la idea de un parto en casa, lejos de los hospitales, con un trato muchísimo más humano. Sin esta experiencia, no creo que me habría atrevido a coger las riendas en mi siguiente embarazo
Saber con quién se puede contar y con quién no en los momentos difíciles. Ciertas personas sencillamente no pueden ayudarnos, aunque les gusta creer que sí, aunque tengan buenas intenciones
Reivindicar mi derecho a la pena y al luto, aunque el resto de la sociedad no lo entienda como tal
Aunque no sean perfectos, aunque a veces tienen defectos o sus palabras no sean las más adecuadas, la familia de Luis también es mi familia, nos apoyan y nos quieren
Lo que a veces tememos, no quita que lo queramos. Temía, me aterraba la idea de tener más de un bebé a la vez. Ahora estoy contenta de que venga uno, pero siempre que veo una pareja con un carricoche gemelar, me deja pensativa. Podríamos haber sido nosotros, pero ahora lo más probable es que nunca lo vivamos
Las personas que más me ayudaron a superarlo son las que pasaron por un aborto. No quiero que sea un tabú. Quizás este aborto me permita, un día, ayudar a una madre que perdió su bebé
Clém, Enero 2019
Revisado Febrero 2024
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