Ésta es mi historia. La historia, a grandes rasgos, de cómo nacieron, crecieron y maduraron mis ganas de acompañar la maternidad. Me parece importante empezar recalcando que la formación universitaria no es más que una breve introducción en el gran libro de la experiencia. Que nunca tuve mi título colgado de ninguna pared, que no siento que éste tenga el peso que se le otorga en esta sociedad.
Aunque está claro que al principio no lo consideré así, siento que escogí este camino, el de formarme como matrona, para poder cuestionar lo que este título significa. La cantidad de miedos que inculcan en la formación universitaria, la falta de protagonismo del parto natural en el temario, la rigidez enmohecida de costumbre que puebla los paritorios, la falta de pensamiento crítico a la hora de aplicar protocolos. Y la cantidad de gente que, abanderando el parto respetado, sigue aplaudiendo partos descoloridos, cuajados de violencias sutiles, de coacción pintada de decisiones informadas.
Pero no me adelanto más, empiezo por el principio.
Mi infancia
Mis padres acompañaban partos en casa en Asturias y alrededores cuando yo era niña y eso me dio la oportunidad de estar presente en partos desde muy pequeña. Nunca tuve dudas de que el parto en casa sería el centro de mi profesión y desde la adolescencia empecé a ojear antiguos libros de obstetricia de mis padres, a leer a Sheila Kitzinger, a sumergirme en las fotos de Por un Nacimiento sin Violencia de Leboyer, a traducir Spiritual Midwifery de Ina May Gaskin.
Primer año de medicina
Cuando la edad me lo permitió empecé medicina, en 2005, y en tres meses me di cuenta de que en ese título yo sólo buscaba poder. Poder para autoafirmarme, poder para no someterme, poder para defender lo que creo que es justo. Poder para seguir respetando el tiempo, la intimidad, para devolverlo a su lugar, a quien nace, a quien da a luz.
Decidí que al final de mi formación quería ser un profesional de la salud, no de la enfermedad. Quería trabajar desde la confianza, no desde el miedo, así que pasé varios meses valorando mis opciones mientras acababa ese primer y último año de medicina.
Formación de enfermera y matrona
Durante dos años, sí dos años, me metí la formación completa de enfermería en la cabeza. Para mí era un trámite que quería pasar lo antes posible. Así que conseguí, haciendo horas extra en prácticas y estudiando el temario de año y medio cada año, hacer una formación de 3 años en 2. Memoricé como una autómata, pero simplemente anhelaba llegar a la siguiente fase. Y en 2008 tenía un papel bajo el brazo que esperaba no tener que usar.
En 2009 me mudé sola, con una mochila a la espalda, a Inglaterra. Y menos de un año más tarde, el 15 de Febrero del 2010, estaba felizmente sentada en la primera clase de mi formación de matrona.
La formación duró un año y medio, en la City University de Londres. Hice las prácticas en Newham Hospital, un hospital donde la diversidad cultural es maravillosa. En esa zona de Londres hay gente de todos los rincones del mundo. Observarlas de parto, sus rituales, su manera de expresarse, su manera de vivir la intensidad del mismo, aprender a leer en sus gestos, sus miradas, cuando acercarme, ofrecer mi mano, tomar distancia... es lo más bonito que me llevo de la formación.
Estudiar en Inglaterra me permitió aprender desde la autonomía, sin subyugarme a la opinión del médico de turno. Y aunque pocas, tuve maestras que me animaron a cuestionarlo todo, que me enseñaron a leer con mirada crítica la evidencia científica, que me apoyaron para acompañar partos respetados dentro de los muros del hospital.
Trabajando para el sistema de salud inglés
A finales del 2011 tenía un contrato como matrona en Newham, donde trabajé durante un año. Pasé buena parte de ese tiempo en ingresos antenatales, gestionando complicaciones en el embarazo pero también dedicando mucho tiempo a inducciones de parto ¡motivo por el cual las odio profundamente! y es que en la inmensa mayoría de los casos las considero completamente innecesarias. La otra parte la pasé en comunitaria, en centro de salud y a domicilio, cosa que me gustaba por la autonomía, y porque nunca me gustó estar dentro de un hospital.
Gracias a eso estuve alguna vez de guardia para dar apoyo a la matrona que acompañaba partos en casa. Cuando lo hice recordé de golpe la belleza de una familia de parto en su propio ambiente, cada uno de ellos absolutamente únicos, de un modo que no tenía cabida en un hospital.
En 2012 conseguí trabajo de caseloading midwife en Devon, una zona mucho más rural y afín a mí, y me mudé. Allí trabajé haciendo seguimiento completo de un grupo de 40 mujeres. Hacía todas las consultas antes y después del parto, y aunque no vivía de guardia, tenía turnos en los que trabajaba en paritorio, casa de nacimientos y partos en casa.
La energía se me agotó pronto. Llegué a estar tan agotada que pensé en cambiar de profesión. Por las consultas a contrarreloj. Por la frustración de hacer todo el seguimiento pero acabar acompañando partos de desconocidas y que las mujeres que conocía acabaran pariendo con un profesional al azar. Pero sobre todo porque mi pensamiento crítico enraizó mucho en esos meses y no soporté más seguir trabajando para el sistema.
Esa etapa me dio el último empujón, ya nada me impedía hacer lo que siempre había querido hacer. Así que hice una maleta con todo lo aprendido y volví a Asturias.
Partos en casa en España
Volví a casa en 2013, el primer día de primavera, y empecé a acompañar partos unos meses más tarde. El disfrute por la profesión me empapó de nuevo. Me regodeé en mi libertad de hacer consultas de varias horas, de prometer mi presencia, de tener, por fin, la oportunidad de descubrir cómo era trabajar a mi manera.
Llegué a Asturias siendo una matrona "a la inglesa" en muchos aspectos. Empecé creyendo que, debido a mi poca experiencia, era mejor que me centrara en acompañar partos de bajo riesgo. Pero la vida escogió traerme muy a menudo partos de "alto riesgo", y yo, me dejé llevar. Lo acepté como un regalo, una formación intensiva, la de verdad.
Nada me enseñó más que esta experiencia. Me hizo profundizar en cada tema, asentarme en mi profunda confianza en la sabiduría del cuerpo y sentir una seguridad que nunca había imaginado. Esta experiencia me invitó a cuestionar absolutamente todo lo aprendido.
Descubrí la letra pequeña de todas las guías clínicas, los agujeros en la evidencia. Descubrí la podredumbre en los cimientos de las catedrales de la ciencia. Y, no queriendo ser cómplice de predicar falsas verdades, simplemente me aferré al hecho innegable de que cada caso es único. Aunque a todos se les llenaba la boca con las bondades de la evidencia científica, nadie podía negar que las guías clínicas no eran una Biblia, y que debían ser adaptadas a la situación concreta.
Poco a poco he ido viendo lo clínico como una herramienta que raramente debe ser utilizada. Acompaño a manos desnudas, apenas necesito material al alcance. Observo los números, pero también escucho a mi intuición.
He puesto el foco en confiar plenamente, y que esa confianza salga de cada uno de mis poros, transmitiéndola a quién acompaño. Dejando que ella misma vea de lo que es capaz.
Tengo claro que no es parte de mi profesión meter miedo a la gente, y admito que me molesta que éste sea el pasatiempo favorito de muchos compañeros de profesión. Cada vez me siento más aliada, más guardiana, de las decisiones que las parejas toman desde su libertad. Mi labor es acompañar, a cada cual en su propio viaje.
Y desde que vivimos en primera persona el caso de Oviedo, siento que mi labor es llegar a más gente para que quién escoge parir en el hospital no lo haga sumisamente. Para que el sistema se de cuenta de que están dando los últimos coletazos de abuso de autoridad. No vamos a esperar a que el sistema cambie y bendiga los partos que queremos allá donde los queramos, sino que vamos a reclamar nuestros derechos hasta que no les quede otra opción que escuchar.
Y así empiecen a ocupar el lugar que le corresponde, al servicio de las mujeres que paren.
Ése es mi foco, acompañar desde el respeto. Y en este momento lo hago acompañando partos en casa junto a Clém, mi amiga y compañera, y acompañando por mi cuenta partos autogestionados.
Valle, Escrito en 2013
Revisado, Enero 2024
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