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Valle

Siempre pensé que quería a mis padres a mi lado cuando diera a luz, y la primera vez que se lo dije a mi madre en voz alta ella me contestó: "¿Para qué mi niña? No nos necesitas, no necesitas a nadie" Creo que tenía 17/18 años y aunque tal vez no fueron sus palabras exactas el mensaje caló. Esa simple frase, acompañada de las múltiples veces en que ella piropeó mis caderas anchas, perfectas para parir, fueron como dos semillas que germinaron para inundarme de confianza en que mi cuerpo ya sabía como dar a luz. 

De esas semillas florecieron los brotes que me hacían y hacen tener una confianza ciega en la capacidad de las mujeres para traer al mundo a sus hijes*. Nunca dudé que pariría en casa, donde quiera que mi casa estuviera en ese momento. Mucho antes de plantearme tener hijes consideré las opciones que tenía, y viviendo y trabajando en Inglaterra para el sistema de salud, supe que yo quería a une matorne independiente, más libre de las ataduras y normas implícitas en el contrato con un hospital.

Poco más tarde conocí a Gwendoline, la matrona y amiga que más aprecio en esta profesión y pense que quería que ella me acompañara. Quedábamos a menudo para tejer y hablar de partos, y más de una vez "jugamos" a hacer listas de las cosas que no permitiríamos en nuestros partos. Nuestros caminos se alejaron, aunque no se separarán nunca, y yo volví a España. Para ese entonces ya tenía muy claro que por mucha máscara de respetuosos que tuvieran, buena parte de los protocolos y guías clínicas inglesas no respetaban ni entendían la fisiología del parto ni sus ritmos.

 

Acompañando este proceso empezó a hacerse central en mi vida la palabra responsabilidad. Hal Elrod dice "Se empieza aceptando una responsabilidad total por cada uno de los aspectos de tu vida y dejando de culpar a los demás. El grado en que aceptes la responsabilidad de todo lo que pasa en tu vida es precisamente el grado de poder personal que tienes para cambiar o crear cualquier cosa en la vida. Es importante entender que la responsabilidad no es lo mismo que la culpa. Mientras que la culpa determina quién ha fallado en algo, la responsabilidad determina quién se compromete a mejorar las cosas". Responsabilidad significaba para mi ser consciente de las múltiples posibilidades ante mi, de mi capacidad para crear mi destino, para cambiar mi vida cuando no la disfruto, capacidad para expresar mis necesidades para que quien las escuche tenga la posibilidad de regalarme su apoyo. Me repetí a mi misma que no era mi labor salvar a nadie. Salvar es decidir por otres, convencerles, guiarles por el camino que yo creo correcto. Salvar es algo adictivo para quien salva y para quien es salvado, pero aunque ciertas personas en la vida pueden darnos un empujón, salvarse es tarea propia.

 

Esta perspectiva empezó a calar todas las esferas de mi vida y empecé a decir a las parejas que acompañaba "aún no soy capaz de leeros la mente, así que pedidme con claridad todo lo que necesitéis, será un placer responder a vuestras necesidades". Une tiene que saber lo que quiere para saber que su deseo se ha cumplido, une tiene que aprender a expresar sus necesidades para que quienes estamos entorno podamos satisfacerlas con alegría. 

 

Fui muy afortunada y la primera pareja a la que acompañé el parto en Asturias fue un regalo. Me ayudaron con dulzura a quitarme una venda de los ojos. Su primer bebé había nacido sin asistencia y en este segundo embarazo me pidieron que estuviera simplemente cerca porque en el primero había habído algo de hemorragia postparto. Estaba allí como una amiga con la habilidad de dar una mano si la necesitaban. 

 

No hicimos visitas antenatales, ni las hizo con otre matrone, no hizo ecografías, ni analíticas, ni ningún otro test a los que se someten casi todas las gestantes en España. Durante unas semanas me obsesionó la posibilidad de anemia severa y de placenta previa, pero fui lidiando con mi miedo a no saber y poco a poco aprendí a confiar en lo que ella sabía y sentía. Le expliqué cómo palpar su abdomen y le dije que me pidiera o preguntara cualquier cosa que necesitara. 

 

Cuando rompió bolsa, unas horas antes del inicio del parto, vino a abrazarme con una sonrisa. No me dijo si las aguas eran claras, y yo conscientemente no se lo pregunté, sabía que ella me pediría lo que necesitara de mi, sabía que elles asumían la responsabilidad, sabían que elles eran el centro y les guías de este nacimiento, y mío era sólo el placer de estar cerca. 

 

No palpé su abdomen, ni tomé su pulso ni su tensión, no escuché el latido de su bebé, ni siquiera le pregunté si podía hacer alguna de esas cosas. Era su camino, sus decisiones, si elles no necesitaban pruebas, yo tampoco. No sentí miedo, sólo confianza en elles y en el proceso. Me sentí más segura que nunca, porque mi labor era plenamente acompañarlos, no era evitarles riesgos, no era guiarlos, no era salvarlos... era como disfrutar observando a une niñe que se aventura en la vida con disfrute y crece segure de sí misme. Fue un parto precioso que nunca olvidaré. 

 

Me encantó descubrir y entender mejor a esas personas que quieren parir sin asistencia y en mi cabeza empezó a burbujear la idea de que esas eran las mujeres a las que más me gustaba acompañar, mujeres seguras de sí mismas, mujeres que no quieren que nadie les de la comida masticada. 

 

El cuarto parto en casa que acompañé también marcó un antes y un después. Se alargó bastante en el expulsivo, las ganas de empujar no parecían llegar nunca y el vértigo de salirse de lo conocido me hizo pedirle que cambiara de posición un montón de veces, hacer tres tactos y tener miedo en vez de irradiar calma. El mantra ''si la mamá y el bebé están bien, todo está bien'' pasó varias veces por mi cabeza, pero el miedo ganó esa batalla y cuando la bolsa rompió con meconio bastante denso sentí que era la prueba que estaba esperando para decidir que era mejor ir al hospital. El parto acabó en cesárea innecesárea por falta de progreso en el expulsivo, con una bebé sana y una mamá herida en cuerpo y alma. 

 

Decidí que el reloj no me iba a ganar otra batalla, dejé casi completamente de hacer tactos y la matrona dentro de mi renació un poco más libre. Me sentí ofendida por quienes dicen que los partos largos se deben a bloqueos emocionales, una forma más de culpar para lavarse las manos, y me reafirmé en que más corto no es mejor. Sentí que cada parto era perfecto por sí mismo, que cada mujer necesitaba un tiempo diferente para convertirse en madre.

 

Con todo esto en la mochila me quedé por primera vez embarazada. No hice test de embarazo, disfruté observando lo que me decía mi cuerpo, con ilusión, sin prisas. Hice dos analíticas que me avisaron de una anemia que decidí tratar mejorando mi dieta y una ecografía en la cual me sentí desaparecer. Sentí que yo como ser íntegro dejaba de existir y en su lugar quedaba un recuadro en el que sólo aparecían mi útero y mi bebé. Sentí que estaba delegando en una máquina poco precisa la conciencia de que todo estaba bien.

 

Pensé que quería a Gwendoline a mi lado en el parto, hablé con ella e imaginé con placer su presencia a mi lado. Pero un día sentí que no hacía falta, que Raquel y mi pareja eran mi mejor compañía. Sabía que elles no iban a cuestionar mis tiempos, sabía que elles confiaban en mi cuerpo, sabía que yo era el centro en la toma de decisiones, sabía que no iban a regalarme sus miedos disfrazados de consejo. Me sentí segura. Me sentí realmente acompañada. 

 

Tuve la enorme suerte de que nadie cuestionara mi decisión. Toda mi familia confió en Raquel tanto como yo, que por aquel entonces me había acompañado en 5 partos. Hablamos de todas las opciones y de qué quería hacer si esto o lo otro pasaba, Raquel apuntó mi extenso plan de parto como si fuera una guía clínica e hicimos una revisión de emergencias con mi padre a quien llamaríamos si eran necesarias un par de manos extra. En aquel momento no lo viví como un parto autogestionado, para mi Raquel era la matrona. Y no fue hasta casi 2 años después que me di cuenta de que sí que lo era, porque lo que determina un parto con asistencia es que la persona que acompaña tenga un título validado por el estado, y para mi fortuna por todas las implicaciones adicionales que lleva consigo, ella no lo tenía. Ese, de hecho, era el motivo por el que la escogía a ella. 

 

El parto fue magnífico, tal y como yo quería, tal y como yo necesitaba. Para mi perfecto, y el acompañamiento de todes les presentes, impecable. 

 

Un año más tarde estaba embarazada de mi segundo bebé y aunque los planes fueron los mismos, sentí que no pasaba nada si Raquel por el motivo que fuera no llegaba. Su presencia era más un apoyo de hermana, de amiga, de mujer... no buscaba en ella ningún tipo de seguridad. Mi plan de parto era que me dejaran a solas, o con Seba, hasta casi el momento del nacimiento, momento en el que deseaba que tanto mi hijo Martín, como Raquel y su hija Jana, estuvieran presentes como en una fiesta. También me apetecía que Luna, amiga que hacía las fotos, asomara la cabeza de vez en cuando para tener esos recuerdos, al final llegó 10 min antes del nacimiento. 

 

Cuando el parto empezó, unas semanas antes de lo que yo esperaba, Raquel estaba visitando a su familia en Suiza, y tras romper aguas y saber que ella no estaría presente miré a mi pareja y le pregunté "¿tienes claro qué hay que hacer ya que no va a estar Raquel?" y él contestó "Si ¡escuchar el latido sólo en el expulsivo!" y sin darle mayor importancia al hecho de que él iba a ser la principal figura de apoyo en cualquier aspecto técnico, nos fuimos a la cama. Me encantó la tranquilidad con la que aceptó el cambio de planes, ya que creo que muchos padres habrían perdido los papeles en su situación. 

 

Este segundo parto fue lo más cercano que yo conozco al parto extático. Gracias Mateo por semejante regalo, y a todas las encrucijadas en el camino que hicieron posible que yo decidiera caminar por estos senderos.

 

Valle, Agosto 2018

* Lenguaje inclusivo

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