
Reclamando tiempo a solas
Está sección pretendía ser una actualización de la de Tiempo para mí. Pero cuando me sentí inspirada para revisarla estaba en un lugar perdido, sin cobertura, y no me dejaba abrirla. Así que apuntando ideas salió otra sección entera, que complementa a la anterior, porque el paso del tiempo hace que podamos ver las cosas con algo más de perspectiva.
Y por otro lado, no quiero cambiar mucho lo que escribí en su día porque era entonces cuando estaba viviendo esa fase en pleno apogeo.
Desde que nació mi primer bebé tener tiempo para estar a solas, para ser mi prioridad, para reencontrarme a mí misma se volvió una utopía que con el paso de los meses y los años se hizo más alcanzable pero que a menudo sabía a poco.
Convertirme en mamá cambió en muchos aspectos mi vida pero el único que echaba en falta era ese de encontrar espacios en los que olvidar por un momento que soy madre, sabiendo que mis crías están bien cuidadas, y observar en cuántos aspectos esta experiencia me ha transformado como persona.
A menudo me identifico con esa imagen de una mujer que al convertirse en madre muda la piel igual que una serpiente. Y una parte de mi necesita reconocerse en este nuevo cuerpo... Necesito quietud, silencio y espacio para la reflexión, para encontrarme a mí misma.
Mirando a mi alrededor observé que muchas mujeres, la mayoría, tardaban bastantes meses o un año en necesitar esos espacios. Pero algunas otras, como yo, necesitábamos eso desde las primeras semanas o los más tiernos meses postparto. Todo está bien.
A las pocas semanas tras mi primer parto empecé a hacer tareas de casa como forma de desconexión momentánea, simplemente poner mi atención en otra parte con la antena bien atenta a cómo estaba mi bebé. A los dos meses empecé a decirle a mi pareja que yo también necesitaba pequeños espacios para mí y la dificultad apareció cuando nos dimos cuenta de que mi pareja no se sentía cómodo cuidando a nuestro bebé a solas durante un rato.
Empezó con paseos, esperando que cogiera el sueño, y en esos espacios a solas yo conseguía poco más que darme una ducha tranquila. Fue ganando terreno y empezamos a ver los frutos de cómo mi pareja se sentía cada vez más cómodo con nuestro bebé y viceversa. Cada día eran capaces de un pasito más aunque yo siguiera estando presente la inmensa mayoría del tiempo.
Mi necesidad de tiempo aumentaba a pasos agigantados, y en esos ratos escasos empezaba a empaquetar cosas: trabajo, papeleos, casa, autocuidado... En ese orden, descuidándome a mí más de lo deseable.
Tenía la suerte de que mi pareja se dedicaba a la crianza conmigo, y yo aunque seguía teniendo algo de trabajo, había reducido la marcha muy significativamente. Pero disfrutaba trabajando, porque este trabajo me encanta, tanto que a menudo trabajaba en mi tiempo para mi. Mi pareja desde el principio tenía 2/3 horas para él cada día, es malabarista y las utilizaba para entrenar. Y yo que me había creído que vivimos en una sociedad "igualitaria" no entendía por qué yo no podía tener un rato similar cuando mi bebé estaba lleno de leche materna y cubiertas todas sus necesidades básicas. Para mi darle ese espacio a mi pareja era esencial para que él se sintiera bien, pero por ser madre parece que yo no necesitara el mismo espacio para sentirme bien, o él creía que le costaba más dármelo que a mí. No era cierto, era sólo costumbre.
Al principio eran ratos en las siestas, que se interrumpían repentinamente para dar teta y esperar que el sueño se alargara un poquito más. Luego los paseos se alargaron un poco, luego empezaron a hacer recados, a hacer la compra, a ir al parque un rato, a ir a la playa... Cuando nació nuestro segundo bebé, mi primer hijo tenía sólo 16 meses, todo se tambaleó durante unos meses, en que volví a estar a todas horas con un bebé en brazos. Pero está vez me relajé más, leí mucho dándole teta, como mi madre me dijo que había hecho en su segundo postparto, escribí mis partos y otras cosas para la web. Y no fue hasta pasados de nuevo otros dos meses que le pedí a mi pareja que volviera a darme espacio a solas, adaptándonos al tiempo que mi bebé estaba cómodo. La segunda vez fue mucho más fácil, porque el bebé era nuevo, pero como pareja ya habíamos hecho avances.
En estos años siempre he intentado tener un rato diario para mí, pero durante mucho tiempo ese tiempo desaparecía cada vez que trabajaba o que teníamos/hacíamos una visita a amiges. También me saltaba mi tiempo cuando el ambiente estaba tenso en casa, me quedaba pensando que mi pareja necesitaba ayuda. Y muchas veces la excepción se convertía en la regla, menos mal que el plan era diario y no semanal porque entonces habrían pasado meses antes de tomarme una hora para mí.
Mi gran error fue priorizar el trabajo y el orden a mi autocuidado, creo que es un fallo muy habitual. Tal vez porque nos han hablado de esas mujeres capaces de criar múltiples hijes*, trabajar, cuidar del hogar... sin mencionar que ellas también necesitaban ducharse, comer, descansar. Se nos ha inculcado que el autocuidado y el espacio para nosotras mismas es un lujo que no nos merecemos. Qué nuestras necesidades son las últimas a tener en cuenta, que merecen ser observadas sólo cuando las de los demás están cubiertas. Y es una pena, porque cuanto más feliz y tranquila estoy yo, más feliz y tranquila veo a mi familia. La escasez sólo atrae frustración, y me ha tocado experimentarlo para poco a poco ir dándome permiso para cuidarme del mismo modo, y con el mismo respeto, que quiero cuidar a mis crías.
Otra dificultad que encontré fue la falta de un espacio al que marcharme donde sentirme plenamente cómoda. Por lo que a menudo esperaba a que mis chicos se fueran para estar a solas en nuestra casa. Estoy empezando ahora a usar mi consulta como ese espacio para el tiempo que dedico a trabajar escribiendo o al ordenador. Hace poco me di cuenta de que lo que echaba más en falta a estas alturas que mis peques se van haciendo grandes, 3 y 4 años, y que además he dejado de lactar, era tener múltiples horas seguidas de reconexión conmigo misma. Y ese es el plan una vez a la semana, que sigue encontrando buenos motivos para tener excepciones. Y es que aunque tuviera más tiempo del que tiene la mayoría de mujeres que crían, ese tiempo me lo pasaba estresada intentando resolver cosas en tiempo récord. La flexibilidad de mi trabajo hizo que no me diera cuenta del número de horas que necesitaba para llevarlo a cabo, y entonces inundaba mis espacios a solas de trabajo pendiente, esperando poder descansar cuando acabara. Craso error que poco a poco voy remendando.
A veces me pregunto cómo habría sido este tema para mí si mi pareja trabajara fuera de casa. Me pregunto si me habría tragado mi necesidad ante la presión social de que quien gana dinero es quién necesita descansar y no quien trabaja 24 horas cuidando. Me hirvió la sangre por todas las veces que infravaloraron el trabajo más potente que había hecho en mi vida, y lloré por las tantas otras en que, condescendientes, me tacharon de afortunada por tener a mi pareja a mí lado cuidando. Sentí que tenía que ser una mártir para que alguien que no estuviera aquí y ahora criando me mirara a los ojos y me dijera en silencio "te entiendo". Me di cuenta de que a mí alrededor muchas personas no habrían criado sino que habían delegado esa tarea en sus madres o parejas, obviando la grandeza y la importancia de esta maravillosa y colosal tarea. No entendían la necesidad de cuidar al cuidador. Gracias mamá por entendernos y apoyar en la distancia.
Mi pareja también sintió esa desvalorización del cuidar. Por un lado se le daban palmaditas por ser hombre y cambiar pañales, y por otro, cuando se metía de lleno, se ninguneaba su trabajo dando por sentado que siendo "tarea de mujer" era tarea fácil y de poca importancia. Qué sociedad tan loca en la que vivimos ¡Nada es más importante que criar con cuidado y respeto a la siguiente generación! De nuestras horas invertidas mostrando y enseñando respeto a nuestres hijes depende la sociedad en la que nos haremos viejes.
A nuestra generación nos ha tocado la inmensa tarea de cuestionar y crear nuevos roles de género, dejando de usar a la mujer como mula de carga. Pero iniciamos familias con hombres que aunque quieren participar del cuidado nadie les ha enseñado la magnitud de la tarea, y una voz social dentro de ellos aún les dice "esto no es tarea tuya", "a ella se le da mejor" o "no sé como ella consigue hacerlo". Y lo que suena inicialmente a halago es en realidad una falta de reconocimiento por el esfuerzo o empeño que a menudo la mujer hace para que se le de aparentemente con facilidad.
Tuve una etapa en la que me encontraba agotada y mi pareja me decía que él hacía todo lo que podía. Y yo le respondía que ojalá pudiera yo hacer "sólo" eso. Yo sentía que me estaba forzando muy por encima de mis posibilidades, y cada detalle que él hiciera por encima de las suyas era un detalle con el que yo podía aflojarme el corsé.
Hablamos horas y horas de la importancia para toda la familia de que mis necesidades también estuvieran cubiertas. Hicimos planes cientos de veces, amoldándonos a las necesidades de cada etapa. Pusimos días y horas para nuestros espacios a solas, sin necesidad de descuidar ni delegar el cuidado de nuestros dos hijos. Simplemente nos dimos turnos, no sólo para trabajar como la mayoría hace, sino para hacer lo que es necesario para sentirnos en nuestro centro. Y ésta ha sido nuestra prioridad desde hace casi 5 años, aumentando espacios con el paso del tiempo. Y ahora que yo vuelvo a trabajar fuera de casa más, nuestros hijos pasan más horas con su padre. Eso sí, yo nunca infravaloro su necesidad de desconexión, intento cuando los partos lo permiten que él no se salte ni un día su tiempo para él, y me voy con los peques a casa de amigas durante largas horas cuando le viene bien más espacio.
Cada vez es más fácil. Cada vez mi pareja consigue manejarse con más tranquilidad en el relativo caos del día a día. Desde siempre hacen ellos la compra para dejarme a solas en casa, desde siempre hacer la comida ha sido tarea suya, desde siempre está presente en el día a día, asumiendo responsabilidad a mí lado. Soy afortunada, y él también lo es. Porque cada paso que ha dado sumergiéndose en la crianza le ha hecho sentir más capaz, más cómodo. Ha hecho que creara una relación hermosa con ellos... Le ha permitido disfrutar más de esta etapa, vivir el crecimiento de nuestros hijos, y sentirse cada vez más feliz con el padre que es.
Valle, Octubre 2019