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Nacimiento de Uda

Para poder relatar el parto en casa, de Uda, necesito relatar mi primer parto, en el hospital, el de Oriol. No me es posible entender uno sin el otro, para mi todos los partos en los que participé, incluido el mío, forman parte de un mismo espacio en mi vida, en nuestras vidas. Sin el parto de Oriol, no hubiese podido cambiar mi posición y no hubiese podido dar a luz a Uda como lo hicimos. Oriol nos despertó, nos hizo conscientes del dolor, nos hizo andar, Uda fue la oportunidad de sanar, de reconocer el camino que habíamos recorrido.


Oriol nació en un hospital, un hospital que se conoce como respetuoso y que trabaja por serlo. Cuando estaba embarazada de él no estaba empoderada, ahora lo veo, no sabía, no me habían hablado, de lo que después descubrí que era importante para mi. Me entretuve con otras cuestiones que ahora me parecen secundarias, por lo menos.

Si en algún momento de los meses de embarazo la idea de dar a luz en casa rondó mi cabeza, pronto se diluyó, pues esta opción estaba lejos, muy lejos aún. Pero más allá de dónde eligiese parir, la preparación no fue suficiente. 

El parto fue un golpe, y el nacimiento y crianza de Oriol es y seguirá siendo una fuerza intensa que me arrastra a centrarme, a veces con esfuerzo y dolor y otras con alegría y bienestar. Supongo que finalmente la forma en la que nació Oriol y su nacimiento en sí, abrieron un camino más profundo en nuestra vidas y nos tuvimos que enfrentar a cuestiones internas, familiares, sociales, laborales...

Aunque todas las experiencias nos enseñan y muchas veces no es posible acceder a donde queremos llegar desde la mejor posición, siempre me quedará el saber que el parto de Oriol, inducido en la 41+3, fue un parto robado, me quitaron la posibilidad de dar a luz, no confiaron en nosotras, no respetaron nuestro ritmo, nos forzaron, nos intervinieron y nos dejaron una herida que aún sigue sanando 5 años después.

No me voy a extender en relatar este parto, pues no siento la necesidad. Brevemente diré, que yo deseaba un parto lo más natural posible y terminé con una inducción en la que ya las primeras contracciones eran insufribles, mucho miedo, muy sola, aunque Roi estuviese a mi lado, 21 horas, rotura de bolsa, oxitocina sintética, epidural, episiotomía y no llegó a cesárea porque supongo que el título de respetuoso se vio en este punto. Volví a mi casa cagada de miedo y a la vez feliz de tener a Oriol con nosotras, pero sabiendo claramente que venía un buen viaje y que el comienzo había sido accidentado.

 

Todo esto no lo entendí hasta más tarde, o más bien no lo racionalicé, no até cabos, no me informé lo suficiente como para darme cuenta del daño. Para la sociedad todo había ido bien, estaba en casa, el niño estaba vivo y no tenía ninguna secuela aparente, ¡sonríe! ¡Todo ha ido genial! Pero yo estaba traumatizada, ésa es la palabra, trauma.

 

Creo que esto es la violencia obstétrica, obligar a una mujer y a su bebe a pasar por unos procedimientos que generan sufrimiento y miedo en nombre de una falsa seguridad. Considero que es una violencia patriarcal más, otra herramienta para arrebatarnos poder, poder y derecho sobre nuestras vidas y cuerpos.

 

Ahora veo esta vivencia como un abuso, un abuso sobre mi cuerpo, mi persona, mi dignidad y la de nuestro hijo, menuda bienvenida... Sé que aquellos que intervinieron en el parto no quisieron abusar de mí, sé que no disfrutaron de mi sufrimiento, supongo que piensan que lo hicieron lo mejor que se pudo, no es así. Yo lo relaciono con una violación, sé que suena fuerte, pero si es un abuso sobre mi cuerpo y mi dignidad durante el parto, que es una experiencia de mi sexualidad, ¿acaso no es una violación? Sí, yo accedí al protocolo, yo accedí a ir al hospital, yo me dejé, ¿pero cual era la información que manejaba? ¿Cómo podía saber yo lo que podía suponer aquel procedimiento? ¿Quién te informa? ¿Cómo te informan? Las parturientas están en un estado de vulnerabilidad, que sólo empeora con las mentiras y las ocultaciones que yo también viví en el parto hospitalario. Para mí esto es del orden de la violación, así de triste, así de crudo. Y afirmar esto suena a barbaridad, una exageración, ¡pero claro! La sociedad en la que vivimos esta lejos de ser feminista, está lejos si quiera de entedernos, nosotras estamos lejos aún de liberarnos de cadenas, de saber siquiera que eso que duele es una cadena.

Me gustaría aclarar, que no trato de demonizar el parto hospitalario o el personal que se dedica a ello, no creo que sea una cuestión sencilla, creo que es una cuestión social compleja. Lo que intento es expresar libremente mi vivencia, no quiero con ello lanzar un juicio generalizado sobre el sistema sanitario. Eso es otra cuestión que supera el relato de un parto. A pesar de lo vivido seguimos adelante con alegría, pero no sin secuelas, pues el miedo que me acompañó los primeros años de Oriol no nos ha facilitado la vida.

 

Pero Oriol es un ser asombroso, es de una fuerza que mueve montañas y poco a poco nos señala el camino. Agradezco sus "rabietas", sus exigencias, la intensidad y el tesón con el que se hace escuchar y nos guía. Desde donde estoy camino para ser la mejor madre para él y para Uda.

 

Tres años después, lejos de Madrid, en un entorno rodeado de naturaleza y en una vecindad con una historia prolongada de partos en casa me quedé embarazada de Uda, no tuve duda, ella nacería en casa, al menos lo intentaríamos. Buscamos las matronas, Noelia e Isabel, la casa, pues la nuestra quedaba muy aislada, a más de dos horas de la civilización, y me preparé, esta vez sí. Leí, por fin, artículos y libros que fueron de utilidad, me mantuve activa, me ayudó el estar en conexión con la naturaleza, pero sobre todo me sentía segura, dueña de mi cuerpo y de mi embarazo, disfruté mucho.

Después de meses estupendos llegó la recta final del embarazo, y nos trasladamos a la casa de Ana, una amiga que vive en la costa del Occidente asturiano. Pudimos disfrutar de algunas semanas de playas preciosas y tranquilidad. Una vez más, el parto se iba a hacer esperar y no fue hasta la madrugada de la 41+3 cuando empezaron las primeras contracciones de parto. Me desperté, pero al poco cesaron, me volví a dormir, al día siguiente teníamos cita en el hospital para una revisión. Por la mañana todo parecía normal, aunque el parto estaba cerca, fuimos al hospital y allí nos informaron de que el nivel de líquido amniótico era insuficiente y que el embarazo debía interrumpirse. Inmediatamente pregunté si me iban a practicar una cesárea casi con lágrimas en los ojos; me dijeron que si las constantes de la bebé estaban bien sólo sería una inducción, lloré.

 

Subimos a monitores, mientras controlaban las constantes hablaba con Isabel y Noelia, me daban ánimos, me decían que la decisión era mía, que si el monitor estaba bien aún había margen. Llegó el obstetra, las constantes de la bebé eran buenas. Me explicaron el protocolo, al informarme de que me pondrían la prostaglandina por la tarde y que si todo estaba bien no pasarían a la oxitocina hasta por la mañana en caso de no comenzar el parto, lo entendí, me podía ir a casa. A lo cual les respondí que yo iba a dar a luz casi con toda seguridad ese día, ya había tenido contracciones de parto y que si no, ya volvería mañana. Me señalaron, lo diré suavemente, que esto estaba fuera del protocolo, pero yo me fui tranquila asumiendo los riesgos, pues sabía que mi oportunidad para dar la bienvenida a Uda desde el amor y el respeto como yo lo comprendía estaba en el lugar y con la gente que nosotras habíamos elegido.

 

Salimos del hospital, nos montamos en el coche, arrancamos y noté la primera contracción, éstas no iban a desaparecer. Isabel y Noelia estaban de camino, las contracciones eran continuadas pero muy llevaderas, estuvimos en el parque con Oriol, hicimos la compra, comimos algo, paseé por el jardín y llegaron nuestras matronas. Escuchamos el corazón de Uda, tomaron mis constantes y comprobamos que las contracciones indicaban que íbamos de camino al trabajo de parto. Como aún faltaba decidimos ir a la playa. Elegir una playa para ir de parto es una elección clara, ¡una nudista! Tuvimos suerte, la Mixota estaba cerca, es preciosa y de un ambiente relajado. Y aquí he de decir que como parturienta las matronas me pudieron ver desnuda, como a todas, pero yo como parturienta pude ver la desnudez de ellas y fue algo especial, por lo menos para mí. Sentí que bañarnos desnudas en el mar, juntas, fue un ejercicio de confianza, un lugar de alegría y distensión que posibilitó, aún más, que el nacimiento de Uda fuese precioso.

 

Tras una hora en la playa las contracciones se intensificaron y decidí que quería volver a casa. En el coche comprobé dos cosas: la primera es que la limitación del movimiento en el trabajo de parto intensifica la sensación de dolor, y la segunda que las endorfinas que se segregan después de cada contracción son de una eficacia sorprendente.

 

Llegamos a la casa y me dirigí a un sofá que había en la cocina, donde apoyé mis brazos y cabeza mientras sentada en el suelo me movía a mi antojo. Es increíble comprobar como el cuerpo sabe cómo moverse, cómo actuar a la llegada de cada contracción, acoger el dolor y despedirlo. Esto me lleva a pensar en el sinsentido tan grande que es el dejarnos guiar por el miedo y no por la confianza en nuestros cuerpos.

 

En el piso de arriba estaban llenando la piscina y podía oír como Oriol la estrenaba, chapoteando, riendo alegremente. Pensé por un momento que estaba sola, me di la vuelta y vi a Isabel, tranquila, sentada en una silla, acompañándome tan respetuosamente que no interfería de ninguna manera en mi intimidad.

 

Las contracciones se volvieron a intensificar, Noelia también estaba hacía un rato en la cocina y me dijeron que si quería ya podía subir a la piscina. Yo me reía, no me lo creía, sabía que a la piscina te sugieren ir cuando el trabajo de parto ya está avanzado y yo no sentía que hubiese sufrido aún dolor como para estar tan cerca. Pensaba incluso que se habían confundido, pero claro, ellas lo sabían, yo la única referencia que tenía era mi anterior parto y no me servía. Me quedé un poco más en la cocina y en ese momento llegó Luz, vecina y amiga que nos acompañó ese día y acompañó sobre todo a Oriol. Y me sentí agradecida al verla allí y saber que podía confiar en tanta gente hermosa que estaba en aquel momento conmigo.

 

Subí al piso de arriba por mi propio pie, sin silla de ruedas (jejejeje) ví la piscina y aquí, me gusta imaginar que me zambullí en ella como una inmensa ballena, porque aunque obviamente no fue así, esa fue, tal cual, mi sensación. El agua es increíble, es básica en nuestras vidas y sin embargo es inagotable lo que hay en ella. Me alivió, me relajó, me permitió descansar para coger fuerzas y nos dio un espacio muy placentero a Roi y a mi como compañeros. Lo recuerdo como un viaje sensorial y un lugar de conexión con Roi desde lo profundo, desde la emoción sincera, desde nuestros cuerpos. Y aunque me hubiese quedado allí mucho tiempo las contracciones se intensificaron más, sentía calor, ya no parecía que hubiese descanso entre contracción y contracción, venía la recta final, Uda comenzaba a descender.

 

Salí de la piscina y me fui a la habitación contigua donde dormíamos. El dolor ya era insoportable y si hasta entonces había hecho cantos tibetanos y algún gorgorito más, esto eran gritos, palabros, suplicas de todo tipo y golpes. ¡Ésta fase es brutal! Si hasta el momento era capaz de dejarme atravesar por el dolor y guiarlo, aquí el dolor me arrastraba, me llevaba consigo y ahí, sólo puedes respirar, el cuerpo actúa, el cuerpo sabe, hay que asumir la tempestad, se acerca el final del parto, Uda descendía y retrocedía abriéndose paso. Después de casi una hora me agobié, tuve la sensación, de que estaba bloqueada, de que tenía que cambiar de estrategia. En realidad Uda ya estaba colocada, yo no lo sabía, no lo reconocí en el momento, se había desatado adrenalina en mi cuerpo, el expulsivo estaba apunto de empezar.

 

Me puse de pié y cambié de habitación. Me fui hacia la ventana, volví, miré la piscina, no me convenció, busqué un lugar del que colgarme y una última contracción me hizo buscar el suelo. Empecé a notar que tenía ganas de cagar, la bebe ya estaba allí. De repente, ¡otra sorpresa! Las contracciones cambiaron, ya no eran dolorosas, eran una convulsión inevitable de mi cuerpo, las mismas contracciones empujaban a Uda fuera de mi, yo no tenía que empujar deliberadamente, mi cuerpo lo hacía maravillosamente bien sin mi intención racional, lo hacía de tal manera que yo jamás podría imitarlo conscientemente, con una precisión y una fuerza justas. Uda comenzó a asomar, venía dentro de la bolsa, y para sopresa de todas nosotras, especialmente de las manos que la recibían, las de Roi, salió en una sola contracción, con la bolsa intacta. Escuchaba detrás de mi, pues estaba a cuatro patas, como abrían la bolsa con las manos, como la cogieron, escuché a la vez las palabras de alegría y emoción de Oriol que había llegado desde la cocina él solo justo segundos antes de que Uda saliese, y al mismo tiempo me acercaron a Uda, la cogí con mis manos, lloraba fuerte, la abracé y al levantar la vista vi a 4 mujeres, sentadas en la escalera frente a mi, Luz, Ana, Inés y Eva que habían esperado el nacimiento en la cocina y que me miraban con los ojos como platos y unas sonrisas inmensas que recordaré siempre. Me siento muy feliz de haber compartido este momento con todas las mujeres que estuvieron en aquella casa.

 

Terminamos rápido con la placenta y quedé impresionada con la cantidad de sangre, que al parecer, podría haber sido mayor. Nos propusimos hacer un batido con la placenta y en el proceso nos quedamos sin luz eléctrica en la casa y no conseguimos arreglarla. Ya era de noche, así que encendimos velas, bebimos algo de batido y con la calma de una casa sin luces pasamos nuestra primera noche ya con Uda. 

 

Usoa, Diciembre 2016

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